A NUESTROS HIJOS, VÍCTIMAS DE UN SINIESTRO DE TRÁFICO.
¿Cómo empezar a redactar un homenaje a quienes les hemos dado vida y ya no están?
¿Cómo expresar en solo unas líneas el amor que nos une a ellos?
¿Cómo decir lo que perdimos con sus partidas, lo que nos rompe, lo que nos destroza y, a veces, lo que nos consuela?
¿Cómo narrar estas historias hirientes que comienzan con sus ausencias?
La historia de mi hijo es como muchas otras, rebosante de vida. Era un muchacho con ganas de comerse el mundo, disfrutón como el que más, que apreciaba la sencillez de las cosas y lo hacía de manera intensa, saboreando las experiencias a grandes tragos. En definitiva, quería vivir, y sus planes eran infinitos.
Sin embargo, un acontecimiento inesperado lo cambió todo en una milésima de segundo, porque un conductor desalmado así lo decidió. No respetó las normas y no dejó de apretar el acelerador. Lo mató. Y con él nos mató también a nosotros. Nos encumbró a la más amarga condena: la de no ser testigos de sus avances, de su futuro, de su presencia, de su sonrisa.
¿Es eso justo? Rotundamente no.
El caso de mi hijo es uno más, en un mar engullidor de desgracias, donde se hundieron la vida de la niña de Guadalupe, la de Lola, la de Marilina, la de Sonsoles, el hijo de María Pilar, de Ana, de Fina, el de Esther, el de Sole, el de Fernando… y así, un triste etcétera.
Y sin embargo, seguimos amándolos. Su risa, su mirada, sus ganas de vivir… permanecen con nosotros. Nos duele su ausencia. Nos duele la injusticia. Nos duele no poder abrazarlos, besarlos; no poder verlos crecer, no poder compartir sus planes, sus sueños, sus victorias.
¿Es eso justo? No. Rotundamente no.
Nos rompe, nos destroza…, pero también nos recuerda que los llevamos dentro, que nos habitan cada día, cada instante, cada pensamiento. Podemos llorar, podemos gritar, podemos maldecir la mala suerte, el siniestro, la irresponsabilidad de quien no respetó la vida, pero también podemos recordar. Recordar lo que fueron, recordar lo que nos enseñaron, recordar lo que nos hicieron sentir.
Y en ese recuerdo, en ese amor que no se apaga, nos encontramos con un hilo de consuelo. Nos consuela pensar que su vida fue intensa, que la vivieron plenamente mientras estuvieron a nuestro lado, que su luz sigue brillando en nosotros.
Nos consuela pensar que, aunque no estén, su memoria nos impulsa a seguir, a cuidar de otros, a luchar por un mundo donde estas tragedias puedan evitarse.
Porque, aunque se fueron, no se han ido del todo, sino que permanecen a nuestro lado, más intensamente que nunca, ya que continúan viviendo en nuestros gestos, en nuestras palabras, en nuestros corazones, en los actos de amor que hacemos pensando en ellos.
A.I.M.R, Socia de Stop Accidentes